A la hora de valorar el comportamiento de una persona en cualquier contexto (ya sea laboral, deportivo, social,..) se suele apelar a dos aspectos:
a) a su conducta/rendimiento; o
b) a su intención/actitud.
La intención/actitud no se ve, no es algo observable, se infiere a partir de la conducta, por lo que apelar a este aspecto es algo mucho mas subjetivo en el que influye, de forma determinante, la calidad de la relación y el concepto que se tenga sobre esa persona para darla una mejor o peor valoración.
Basarlo en la conducta/rendimiento, quizás sea mas preferible, ya que nos permite realizar esa valoración bajo criterios más directos y objetivos basados en hechos y resultados.
El objetivo de esta reflexión no es determinar cuál es el mejor a seguir, sino destacar la importancia de utilizar siempre el mismo criterio para evaluar a todas las personas.
Frecuentemente, me encuentro en reuniones donde se utilizan ambos criterios para evaluar el mismo comportamiento en diferentes personas. A unas, para bien o para mal, se las valora en base a sus conductas manifiestas y a otras, en base a su actitud o pretendida intención.
Eso no es justo ni equitativo, ya que muchas veces se apela a uno u otro criterio en función de la opinión que tenemos de la persona para «justificar», así, nuestro juicio inicial sobre ella y por lo tanto las decisiones que puedan derivarse de dicha evaluación se alejan de todo rigor metodologico.
Seamos justos. Utilicemos el mismo criterio para evaluar a las personas.